La trata de seres humanos implica la captación, el transporte, el traslado, el encubrimiento y/o la recepción de una persona. Puede incluir la amenaza o el uso de la fuerza, el engaño, el secuestro, el abuso de poder o de una posición de vulnerabilidad, u otras formas de coacción.

La trata de seres humanos adopta muchas formas, como la explotación en las industrias del sexo, el ocio y la hostelería, así como trabajado doméstico o en matrimonios forzados. Las víctimas se ven obligadas a trabajar en fábricas, obras de construcción o en el sector agrícola sin remuneración o con un salario inadecuado, viviendo con miedo a la violencia y a menudo en condiciones infrahumanas.

Las personas marginadas, en circunstancias difíciles, sin documentos o con necesidad desesperada de empleo tienen más probabilidades de ser objetivo de los traficantes, sobre todo de la trata con fines de trabajos forzados. Por otra parte, los niños se vuelven vulnerables a la explotación cuando proceden de hogares severamente pobres, familias disfuncionales o abandonadas y con ausencia de cuidados parentales.

Ningún sector económico es inmune a la trata de seres humanos. Hay sectores de alto riesgo, en los que es más frecuente encontrar víctimas, como la agricultura o la horticultura, la construcción, la industria textil y de la confección, la hostelería y la restauración, el trabajo doméstico, el ocio y la industria del sexo.

Según el Informe mundial sobre la trata de personas de 2020 elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, las principales víctimas son femeninas: el 46% son mujeres y el 19% niñas, mientras que en el caso de las víctimas masculinas, el 20% son hombres y el 15% niños. A escala mundial, una de cada tres víctimas detectadas es un niño o niña, y las niñas son víctimas de la trata principalmente con fines de explotación sexual, mientras que los niños son utilizados para trabajos forzados.